lunes, octubre 25, 2010


LAS MARAVILLAS DEL SUR
Enviado por Marcelo Sepulveda Oses el 25 Octubre 2010
Desde muy pequeño, he mantenido un apego, amor e identidad con el sur del Continente y por extensión con el sur del planeta.

Aquí, las maravillas más exuberantes, el clima variado, una vegetación casi inigualable nos sorprende e impresiona al viajero de otras latitudes.

El clima, con estaciones muy marcadas y definidas, atrapa el espíritu, lluvia torrencial en invierno, nieve, viento, relámpagos y truenos. La primavera, iluminada por nuestro sol, germen de vida, anuncia flores de innumerables colores, perfecta creación. Otoño deja caer sus hojas, impone melancolía, paz y quietud. Durante la estación estival, los ríos, esteros y canales permiten calmar el agobio de las altas temperaturas con una baño plácido y entretenido.

Chile, situado en el extremo de América, se plaga de fiordos y canales, de hielos sempiternos en glaciares y la Antártica indómita. Las Torres del Paine, que buscan besar las nubes, delimitan el cielo de la tierra. Así, cuentan los marineros, navegar el Golfo de Penas es una odisea digna de un gladiador moderno. Allí también, los animales perseguidos, aquellos en peligro de extinción, se refugian entrados en la serranía.

Nuestra historia guarda y protege el recuerdo de civilizaciones antiguas, Onas y yaganes, viajeros navegantes que conquistan el territorio sur antes de que comience la memoria de la humanidad a escribir nuestros hechos, pero el hombre moderno les hizo desaparecer de la faz de la tierra, les llevaron de exposición a Europa en zoológicos de humanos sin respetar su condición de seres racionales e inteligentes, los cazaron y provocaron su despedida para siempre.

Pero el sur no pierde su brillo, las hojas de los árboles, año a año germinan, robles, canelos, alerces y araucarias protegen la tierra virgen y al pueblo Mapuche.

En el sur, descansando como tren rastrero, llega al mar el Bio-Bío, se besa con mi océano pacífico, un beso dulce, un beso salado. Océano frío, vestido de azul púrpura, marfil y esmeralda, el gran océano que sereno y furioso nos baña desde el límite exacto en el Ártico norte para amar de nuevo los hielo más puros del sur limítrofe. Medio a medio, impertérrita, asombrosa Isla de Pascua, cada cierto tiempo nos recuerda que es territorio de esta nación. Tan igual, como la blanca cordillera.

En la zona central se siembra, aquí germina el arroz, remolacha, el maíz y el trigo, los viñedos producen las uvas para fabricar el vino, el campesino cultiva la tierra, protege sus rebaños y trenza nuevos caminos. Asomemos nuestros ojos, aquí, aquí mismo, en el agua con harina debajo del parrón o el abundante asado, la cazuela de pava y todo el vergel de frutas y verduras que la tierra generosa nos regala.

Si viajamos al desierto, aquel desierto florido, de camanchaca, con temperaturas extremas, de cobre y minerales, oasis que refrescan al peregrino, podremos reconocer este mundo maravilloso en que vivimos.

Amigos y amigas valoremos nuestro territorio y su gente, este Continente, este espacio imagen del paraíso, disfrutemos nuestras virtudes y monumentos naturales, a la gente, gente simple y sencillas que nos encontramos en cada vuelta del camino, desprendamos la voz de los poetas para que la tierra cante conmigo: Cuánto amo al sur, de punta a punta, desde el norte gigante al estrecho de Magallanes. Miremos con los ojos del alma cada creación, cóndor, huemul, vicuñas y alpacas, pudú, todo ser viviente bajo el agua en el océano, la siembra vegetal y cada piedra, cada roca, cada centímetro de tierra, habitáculo y nave en viaje por el universo.

Enseñemos y mostremos este espacio, este hábitat a nuestros niños para que, ellos también mañana, pregonen y reiteren: Cuánto amo al sur.

Marcelo Sepulveda Oses

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