martes, mayo 06, 2008

A TODAS LAS MADRE
(Enviado por el corresponsal Marcelo Sepúlveda Oses el 06 de mayo 2008)
La naturaleza humana, como el resto de los seres de la creación, constituimos partes de una serie estructurada, sistémica y en orden. Se nos señala, en el mundo cristiano, amos y señores del reino llamado planeta tierra. Distinguidos como partes constitutivas de un todo general, en otras creencias. Hombres de la tierra para nuestros hermanos Mapuches, Hijos del Sol… Ciertamente, si aunamos criterios, disfrutamos de esta nave espacial en un proceso de vida y muerte permanente, unos tras otros, pero indefectiblemente pasajeros, de paso en un breve segundo del tiempo universal, uno entre millones nacido de mujer. Suma certeza que acompaña nuestro ir y venir de toda una vida. Hemos nacido de mujer, aquel habitáculo que resguarda, alimenta y cobija en su seno a un nuevo ser. Nueve meses regalados de paciencia, de coraje y fortaleza, de cuidado angelical aguardando ansiosa el supremo instante del alumbramiento cuando entre el dolor brutal, que sólo ella conoce, escucha el llanto cantarino de su retoño.
Escondidos, acurrucados en aquel remanso tibio, alejados de la ira, el dolor y el llanto, acumulamos los secretos infidentes de todos los aprendizajes de nuestra especie. Diminutos códigos albergados en lo profundo de los genes, aquellos que determinan inteligencia, color de piel, disposición para adquirir una lengua, entre tantos otros. En este término, asume razón meridiana aquella mujer quien donó de sí toda nuestra existencia.
Una de las primeras palabras aprehendidas en cualquier idioma: Madre, la Mama, quien cura, mágicamente, cualquier dolor del cuerpo y el alma en el pequeño infante que busca ansioso cuando una particular desgracia le aqueja. La madre es quién, cálidamente, acompaña al hijo enfermo y busca medicina; ella coge la mano inexperta de su hijo para guiarle en el dibujo de las primeras letras. Mujer a quién el frío de la noche o el invierno no amilana para prestar cobijo a su cría. Es la misma que desprende su alma frente al madero de la cruz cuando su hijo es sentenciado, aquella que cada día ofrece leche tibia y besos y abrazos y arrumacos y canciones de cuna recién inventadas… Madre, la fortaleza que acusa el error o la falta, no para dictar sentencia, sino para corregir.
En este día especial del año, devolvamos, en parte, la dedicación y empeño de Mamá, con un beso. Beso en recompensa por todos sus besos. Besos derramados sobre el niño que fue creciendo. Vaya un saludo y reconocimiento para todas las madres de esta tierra del sur; Tierra, que a su vez, es madre de toda la humanidad.
Marcelo Sepulveda Oses

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